Archive for septiembre 2011

Apología del vendedor de coches

Estuve pensando en aquella vez que acompañé a V. a un concesionario de Palma en busca de información sobre un coche que pretendía comprar. Nunca he sentido el más mínimo interés por los coches. Soy incapaz de distinguir modelos básicos, y por supuesto cualquier tecnicismo en torno a ellos me supera. Tampoco entiendo su belleza, aunque a veces crea intuirla.

Pero en un concesionario es sencillo empaparse de ciertos conceptos. Escuchando al vendedor, algunas cuestiones fueron quedando claras. No sabría reproducirlas, he olvidado cada detalle de aquel diálogo, pero recuerdo que en su momento pude distinguir las ventajas e inconvenientes de algunas variables, e incluso me atreví a teorizar sobre puntos concretos. Me hace mucha gracia recordarme explicando que tal cantidad de caballos me parecía una cifra sensata para un coche de ciudad. ¡Ni siquiera sé conducir!

La cuestión no queda reducida al interés que me producía intentar ayudar a V. en su decisión. El vendedor tuvo parte de culpa. El vendedor, como idea, es una figura fascinante. Una mezcla de charlatán y experto, un personaje obsesionado por el dinero que, muy a su pesar, necesita alternar la simple avaricia con un interés puro y legitimo en el bien de su cliente. Como dicen del diablo, en su discurso se mezclan mentiras con verdades, y es una labor ardua intentar desligar unas de otras. Por eso hablar con ellos es tan agotador.

El vendedor de coches, en concreto, me parece la especie más avanzada de esta peculiar raza de personas. Necesita de una cultura de cierto calado, técnica, extensa. Son muchos los modelos que se manejan, muchas las variables mecánicas entre ellos. Y son objetos caros. El comprador no va a aceptar un puñado de lugares comunes, no es una compra casual, irreflexiva. Dentro del atroz mundo de la publicidad, el vendedor da la cara y despliega su cinismo sin intermediarios. Es un ejercicio virtuoso, de honestidad, incluso aunque este surcado de mentiras piadosas y olvidos intencionados.

Zine V: dinámica

A rasgos esquemáticos, el devenir del grupo tiene tres momentos decisorios: la muerte, la aparición y el cambio.

1) La muerte. La muerte da el pistoletazo de salida, pero no se presenta aislada. Habrá más muertes. Muchas, crueles, o pocas y significativas. En algún momento, uno de los miembros fundadores del grupo morirá o será zombificado (momento este que suele ser elegido para confirmar la ruptura completa. No será el único momento en el que la ruptura, ya pasada, regrese en busca de postulados más sólidos). El guionista se juega el éxito y el fracaso de su propuesta en esta muerte trascendente de un protagonista. Antes y después, otros personajes secundarios cesarán del grupo. Intentar que la carne de cañón logre relevancia agregará sustancia al relato, pero puede llegar a banalizar la caída de un verdadero personaje principal. Es un juego de contrapesos, de crueldad.

Pero la muerte puede ser importante también en el bando zombie. Existe una figura rara que aparece de cuando en cuando: el zombie sentimental. Matar zombies se convierte con el tiempo en una labor casi rutinaria, pero siempre puede aparecer un zombie especial: el zombie de tu esposa, el de tu hijo, el zombie maestro al que siguen los demás, o un zombie simbólico, el presidente de los Estados Unidos o un actor famoso. Su muerte tendrá consecuencias también en el verdugo. Es el estadio definitivo de confirmación de la ruptura, su sublimación: si has matado a tu padre zombie ya nada tiene sentido. La civilización, definitivamente, ha terminado. Para acelerar la anulación de la duda, no es infrecuente colocar al zombie sentimental al comienzo del relato.

2) La aparición. El zine no se cansa de recordarnos que en el apocalipsis zombie, el ser humano puede jugar un papel tan peligroso o más que el del propio monstruo. Caníbales, grupos paramilitares o vulgares rateros… el mundo se ha tornado peligroso. La ruptura ha sido para todos, y resulta difícil de asimilar. Ante la aparición de un nuevo personaje, la principal respuesta del grupo es la desconfianza. No es un tema banal: ese nuevo personaje suele traer consigo el desastre o la victoria. Una vez más, importa sobremanera el comportamiento del grupo por encima de la decisión final que se tome con el recién llegado (una decisión que, no puede ser de otra manera, será siempre afirmativa. Con todas las reservas del mundo e incluso con miedo, el extraño será acogido).

La aparición suele dar paso al cambio, que funcionará sin remedio como detonante del inminente fin del grupo.

3) El cambio. En un momento dado, uno de los personajes cambiará. Hay ejemplos de todo pelaje: el policía que pierde la razón, el padre de familia que decide que sus hijos precisan de otro tipo de grupo, el fanático que busca la redención, o el simple hipócrita, el egoísta que abandona el grupo en el peor momento y con fatales consecuencias. El cambio lleva a la disolución, y se coloca como clímax de injusticia: ya no hay lugar para que la situación empeore. Es hora de terminar.

Existe una excepción triunfante: el cambio a positivo. No es inhabitual contar con un antiguo recluso entre las filas del grupo, un malvado o un personaje recién llegado y aún inédito. Un cambio a positivo, la conversión de un secundario negativo o neutro en héroe, carga la historia de la épica necesaria para alargar el metraje. Este cambio a positivo es también inmediatamente anterior a la disolución, pero no la provoca.

Zine IV: grupo

En el capítulo anterior hice mención a la "anulación de la duda". Es un tema que merece cierto comentario ya que, de hecho, constituye el primer punto de inflexión en la creación del grupo.

El zine es realista hasta cierto punto, y solo durante su fase central. Se desata el apocalipsis y la sociedad se retrotrae sin remedio a un estadio animal de lucha por la supervivencia. Las pocas normas sociales que pudieran seguir vigentes van siendo una a una desechadas. Pero existe un momento crucial que separa ambos mundos, el del confiado ciudadano y el terrible guerrero. Lo que Elias Canetti denominó “descarga” en su estudio sobre la masa podría ser llamado aquí “ruptura”. Ambos conceptos, similares en esencia, comparten el rasgo del alivio que se siente ante un concepto absoluto, sin lugar para la duda.

Una visión realista del hecho resultaría poco sugestiva. Incluso con la muerte a nuestras puertas, incluso dando por bueno que nuestra sociedad haya caído en cuestión de horas, el hombre moderno trataría por todos los medios de mantener su status civilizado, negando el desastre si fuera necesario. Huir de casa y de la ciudad, matar a tu vecino zombificado, clásicos del género, serían impensables en nuestra escala de valores. El apocalipsis se extiende en pocas horas, y la situación, de súbito, se vuelve desesperada. Esa desesperación forzada e irreal da pie a la ruptura y a la anulación de la duda. De repente, matar es la única solución. Matar, huir, robar y unirse a un grupo de desconocidos. Todo está claro y no hay vuelta atrás, y matarás a tu hijo si es necesario. La desesperación es completa, la ruptura con la civilización total: situaciones extremas que requieren de medidas extremas. Pero… ¿es en realidad ésta una situación tan extrema? ¿Existe, aún, lugar para la duda? Este punto debe quedar completamente claro: la situación es a vida o muerte, sin matices. La anulación de la duda, la ruptura en sí y el pistoletazo de salida para la creación del grupo pueden ser perfectamente acotadas: se producen con la primera muerte. No es casual que toda película de zombies comience con una. Más tarde veremos que esta primera ruptura necesitará refuerzos.

***

Contrario a lo que pudiera parecer, el espacio donde se forma el grupo no tiene demasiada importancia en su devenir. El ejercicio más logrado de caracterización del espacio como protagonista podría ser Dead set (Brooker, 2008), que juega con la ventaja de elegir un lugar artificial como es la casa del Big Brother inglés. Como norma general, el zine relata una huida, y el lugar se presenta necesariamente cambiante.

Existe otra manera de convertir el espacio en protagonista: dándole capacidad para generar grupos temáticos. En el caso de Dead set se añade al hecho puramente espacial (la casa de Gran Hermano) un tipo de persona que ese espacio atrae: un perfil infantiloide, egoísta, clásico dentro de ese programa televisivo. Una comisaría, un parque de bomberos, una cárcel, generarán grupos de policías, bomberos o asesinos… el espacio, siendo importante, no centrará tanto la atención como sus moradores, clichés con cualidades muy definidas. Estas tematizaciones son poco habituales, y ni siquiera precisan del lugar como excusa.

Zine III: estructura

Hay tres etapas ineludibles en toda película zombie: la catarsis, la formación del grupo y su disolución.

Los guionistas raramente se detienen a explicar los motivos del apocalipsis. La catarsis sucede, y no parece necesario insistir en sus orígenes (apenas apuntados, irreales o incluso ausentes). Los personajes se encuentran del golpe en un escenario de pesadilla que anula toda posible duda. Me detendré más tarde en esta cuestión. La rapidez de los hechos, la instantaneidad en la caída de la civilización, dos rasgos omnipresentes y ciertamente irreales, dejan claro que estamos ante una fase de relleno, un trámite que se cumplimenta sin demasiada atención, con plena consciencia de su genuina irrelevancia. La atención del guionista gira siempre y se enfoca sobre el grupo, el verdadero motor de la película.

El cine de zombies es el cine de la amenaza, del asedio, y su éxito quedará cifrado en la capacidad para congeniar un grupo de supervivientes atractivo, con algo que decir y con capacidad para luchar contra lo insuperable. Poco importa si esa amenaza es lenta, rápida, infecciosa o nuclear. Tales características no hacen sino proporcionar material de superación, flancos que combatir por el grupo. Pero son las relaciones entre ellos lo único importante. Esta visión teatral ya fue anticipada por el propio Romero en la tercera parte de su primera trilogía, donde el zombie desaparece de la escena por completo. Los que fueron testigos recuerdan el horror que sintieron en el estreno de Night of the living dead, pero su creador ya adivinaba, en el horizonte, lo que ya sabemos: el cine de zombies no es cine de terror.

El tercer estadio, la disolución del grupo, tampoco ofrece demasiadas posibilidades narrativas. El cine de zombies es, por naturaleza, pesimista. Escasean los finales felices, y los pocos que existen quedan mortalmente matizados por el hecho de que, sea cual sea el destino de nuestros héroes, la humanidad ha sufrido un golpe irreparable. No es extraño que el zine haya sido pasto para el humor negro desde sus orígenes como género.

Zine II: tipología

En el anterior capítulo denominé como zombie pre-clásico la figura del no muerto haitiano, consecuencia del vudú y la magia negra, y condenado a una esclavitud siniestra, frente al zombie clásico romeriano, resucitado de entre los muertos, tenaz, lento, fuerte y ansioso por devorar los cerebros de los supervivientes. Habría que añadir al listado el zombie actual post-clásico que suele aparecer bajo la apariencia del infectado de un virus parecido a la rabia, rápido y agresivo, protagonista de la gran mayoría de las películas actuales y con especial capacidad para el contagio. No me detendré en buscar los orígenes de esta variedad concreta, ya que esta mínima puesta al día no interfiere en las características básicas del zine fijadas por Romero (que se permite el lujo, una vez más, de actuar como pionero en 1976 con The crazies). Baste con citar algunas ejemplos notables: el afortunado remake de Dawn of the dead (Snyder, 2004), 28 days later… (Boyle, 2002), o la fallida serie de televisión The walking dead (Darabont, 2010), inspirada en tal vez el mayor esfuerzo de síntesis del universo zombie, el cómic-book homónimo The Walking dead (Kirkman, 2003).