Nuestro mismo lenguaje está repleto de expresiones caníbales. Decimos de alguien que «está muy buena» (o muy bueno), o que «está para comérselo»; llamamos a la persona amada «bomboncito» o «pichoncita mía» o le decimos «eres muy dulce». En lenguaje vulgar utilizamos las expresiones «comerse algo» o «comerse un rosco» que significan tanto ligar como consumar el coito, y «comer(le a alguien) el coño» (o el culo, o la polla o las tetas). Y si pasamos del afecto al odio, expresiones como «¡Soltadme, que me lo como!», o «¡Te como el hígado!» (o el corazón, o los sesos) no implican materialmente lo que dicen, pero denotan una agresividad extrema. Expresiones de admiración como «Se lo comió con patatas» significan la victoria de uno de dos contrincantes, bien sea en combates dialécticos o físicos de cualquier tipo. También para hacer ver a alguien que no deseamos que nos imponga sus ideas, le decimos «¡No me comas el tarro!». 

de Historia natural del canibalismo, de Manuel Moros Peña