Visiones de Tailandia: Kamphaeng Phet

by parapo


La visita a Kamphaeng Phet solo puede ser entendida como un gol de Lonely Planet y la Unesco. Sus ruinas históricas patrimonio de la humanidad resultan insignificantes y caras con respecto a las vecinas de Sukhothai. El pueblo en sí tampoco ofrece otras distracciones. Pero al final, su escaso atractivo se convierte en su única virtud. A pesar de Lonely Planet, a pesar de la Unesco, Kamphaeng Phet es un reducto libre de turistas.

No quiero ser malinterpretado. No me molesta la presencia razonable de turistas, y desconfío de los lugares donde no se dejan ver. No son ellos el problema, sino la metamorfosis, siempre a peor, que se da en los lugares que frecuentan. El lugareño de Kamphaeng Phet aun se muestra amable o esquivo sin tener en cuenta los intereses que puede extraer de cada conducta. Después de mucho tiempo sentí la sinceridad en los actos y la bendita incomprensión. Porque en Kamphaeng Phet nadie habla inglés.

El hotel también rememoraba otras épocas. Era un edificio árido, plagado de pasillos y habitaciones, con excesos propios de hoteles de lujo (los botones, recepcionistas en cada planta) en medio de habitaciones adornadas de lamparones de humedad. En aquel hormiguero tapizado uno pensaba que a la vuelta de cada recodo iba a encontrarse con las gemelas cefálicas de El resplandor

La mañana de nuestra marcha nos dirigimos con paso moroso hacia el centro del pueblo. Esperábamos que algún tuk-tuk nos ofreciese un viaje a la estación de autobuses, pero solo conseguimos entablar conversación con un amistoso policía al que le faltaba el dedo corazón de su mano derecha. Conseguimos a duras penas hacerle entender nuestros planes y enseguida nos ofreció una solución: una parada de songtaos donde nos llevarían hasta la estación en sí. Nos marco el camino con su mano talada, como si portase un rifle y apuntara hacia nuestro objetivo. Tras despedirnos nos dirigimos hacia el lugar señalado sin muchas esperanzas, pero allí estaba la parada. Una hora después estábamos sentados en el autobús que nos dejaría seis horas mas tarde en Ayutthaya. Pero el policía aun no había dicho la última palabra. 

Estábamos sentados en nuestros asientos al fondo del bus cuando alguien subió por las escaleras. Era el policía. Con evidente alivio al vernos, se dirigió de nuevo a nosotros en ese idioma imposible que alternaba seis palabras en tai por dos en inglés. Por sus gestos pudimos entender que nos habíamos separado y volvíamos a encontrarnos, y la alegría que aquello le trasmitía. Había una ternura muy especial en esa obviedad, y le sonreímos con toda nuestra amistad. El resto del pasaje se dio la vuelta para contemplar aquel diálogo casi mudo, y también sonrieron.