Visiones de Tailandia: Lop Buri

by parapo


Toda ciudad que pretenda salir de la mediocridad general y, por así decirlo, aparecer en los mapas, debe pagar un tributo. En el catálogo de rasgos apreciables hay de todo: bellas y lejanas historias, supremacía política del presente y pasado, arte por encima de todo, el arte y la belleza como magnífico imán de celebridad y renombre. Pero también existen las casualidades histórico-geográficas, o un artefacto concreto, o una anécdota convertida en leyenda. O tal vez un solo hombre, como despreciaba Canetti. Como última salida, y de esto Tailandia ha hecho un arte, hay ciudades que se apoyan en la infamia para conseguir su parte de fama. El camino elegido Lop Buri resulta cómico e inédito: ser una ciudad tomada por monos.

Sería inútil y repetitivo glosar el anecdotario local con respecto a los monos. Son tan numerosos, tan atrevidos, que lo difícil sería no haber sufrido ningún raro percance con ellos.

El lugareño se enfrenta a la paradoja con indolencia budista. Otro tipo de sociedad los habría exterminado hace tiempo. En Lop Buri las autoridades los alimentan tres veces al día para reducir el impacto en la sociedad y los turistas, los robos y ataques que un ejército de monos hambrientos podría generar. Este impuesto revolucionario no es suficiente. En Lop Buri los tirachinas son omnipresentes, los edificios están forrados de tela metálica, y las puertas automáticas no existen.

El sometimiento a los monos da a Lop Buri lo que sus ruinas Jémer y su glorioso pasado en el reino de Ayutthaya apenas puede lograr. En el camino la convierte en un zoológico gigante, una sociedad transhumana y el safari urbano más concurrido que yo haya visto. En ese sentido, el mono, para colmo, se niega a aceptar un papel que no sea de igualdad. Tras fotografiar a una familia que se desparasitaba, volví mi cámara hacia un individuo cercano. El click del obturador fue como un insulto para él, y rápidamente se lanzó hacia mi, impactando contra un lugar peligrosamente cercano a mi bolsillo. Al salir de un Seven Eleven nos advirtieron  esconder todos los objetos de valor y, especialmente, los comestibles en lugares cerrados. Ya en el hotel, pensamos que sería divertido colocar algún plátano en las rejas que cubren las ventanas. Caímos en la cuenta que en este zoo los enjaulados somos nosotros.