la palabra maligna

by parapo

La cosa maligna, y por tanto temida, para evitar que venga, mejor será guardarse de decir su nombre, no sea que se sienta llamada.

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Peor todavía: nunca hay nada que nos permita averiguar si cuando tras él viene efectivamente la cosa maligna es porque acude al sonido de su nombre o porque se le ha antojado por sí misma venir: se diría que la cosa maligna se guarda bien de dejar adivinar si oye o no oye su nombre, si acude o no acude efectivamente a el, pues, por la cuenta de las veces que viene sin haber sido nombrada y las que viene tras haber alguien osado proferir su nombre, nadie ha podido aún apreciar diferencia en que poder de una vez establecer si oye -pero no quiere que se sepa- o si, por el contrario, es, como la víbora, perfectamente sorda.

De los vicarios del nombre de la cosa maligna, de rafael sánchez ferlosio

la visión de ferlosio es pura e ingenua: es incapaz de darse cuenta que la palabra vicaria de la cosa maligna puede ser utilizada como arma también por aquellos que la temen, o que al menos deberían temerla.

un caso ejemplificador se da cada vez que a un judío, pues solo ellos usan esa palabra tan poco precisa, tan anticuada, pronuncia la cosa maligna con mayúsculas, aquella que les ha perseguido durante siglos: antisemitismo.

acosado por sus enemigos, imaginarios o no, decide hacer venir a la quimera destructora, la que atormentó a sus antepasados, la que delimita en el ámbito de la lengua un sentimiento mucho más amplio y complicado de acotar: el odio a lo judío. fue antes el odio o la palabra para definirlo? lo natural sería que tras la observación de un fenómeno a algún sabio se le ocurriese la palabra precisa para comunicarlo. puede que así sucediese en el origen, pero hace tiempo que eso ha cambiado. hoy, “antisemitismo” funciona más como escudo protector que como arma arrojadiza, y lo usan sus teóricas victimas, no los verdugos.

lo que tiene un nombre existe. poco importa que “semita” refiera no sólo a lo hebreo sino también al mundo musulmán en su totalidad, entre otros. da igual que aquellos que lo utilizan como escudo se defiendan, generalmente, de ataques políticos y nunca raciales. antisemitas existen porque existe la palabra para definirlos. sólo queda señalar quienes son, y de eso se encarga la victima.

pero la palabra tiene detrás una historia pesada y sangrienta que invalida cualquier crítica. cuando aparece en el tapete sólo la sigue el silencio. esa es su fuerza brutal.

y es un engaño. dentro del nuevo mundo, cuyo rasgo primordial es la negación de las diferencias, que se difuminan hasta que no quedan sino las más obvias, aquellas que sólo la ceguera podría suprimir, el antisemitismo real no tiene sentido. pues para nosotros un pakistaní y un hindú son lo mismo, aunque en su tierra se masacren los unos a los otros precisamente por ser distintos. y un chino y un japonés casi también; y un tutsi y un hutu (cómo diferenciarlos?), por más que hayan protagonizado el mayor genocidio de final de siglo pasado precisamente por esas diferencias que somos incapaces de comprender. tampoco es fácil distinguir a los famosos judíos americanos que gobiernan una parte del mundo de sus compatriotas protestantes que gobiernan la otra mitad. y sin embargo, de entre todas esas razas indiferenciables, ante tal crisol de diversidad, una sola palabra delimita un solo odio contra un solo pueblo. qué duda cabe: el problema de los judíos no es que los odien, sino que existe una palabra para que ese odio perviva: su inventor les ha traído, lo juro, más pesares que hitler.

pero eso ya pasó... esa palabra creadora de todas las catástrofes es hoy un juguete en manos de los jerarcas hebreos, que la utilizan para sosegar su mala conciencia: es justo.