Archive for febrero 2012

Visiones de Tailandia: Hacer Laos

Mientras volvía al hotel de la sesión de fotos bajo la lluvia en la playa de Prang Nang, me encontré una pareja de vascos que enseguida me detuvieron para hacerme preguntas, pues acababan de llegar a Railay y todavía no se habían situado. Se encontraban en la falda del ascenso a lago, y dudaban si intentar alcanzar la cumbre o dejarlo para otra ocasión. Tras desanimarlos convenientemente, comenzamos a intercambiar historias sobre nuestros días en Tailandia. Era una pareja casi humorística, que se alternaba en la conversación y se apostillaba el uno al otro con gracia y retranca. En cierto momento, tras explicarles que, por asuntos del visado, tendríamos que cruzar la frontera a Laos, la chica me dijo: “¿entonces también vais a hacer Laos?”. Reconocí en seguida la repulsiva expresión: hacer Laos es lo que dice alguien que contempla el mapa del mundo como una plantilla vacía pendiente de colorear. Hacer Laos, pasar por allí y fotografiarse delante de sus monumentos más insignes para por fin marcarlo en el mapa: ya estuve allí e hice lo que había que hacer. 

Pese a todo, no se trata del espécimen de turista más desnaturalizado. Existe otra tipología que mira al globo terráqueo como una suerte de conjunto de rutas prefijadas con un nombre y un precio: Maravilloso MediterráneoAtenas e islas griegasChina milenaria (no confundir con China mística, casi 400 euros más barata pero con hoteles de segunda categoría). Estas rutas, algunas transnacionales, se complementan unas a otras, y no es infrecuente escuchar: “hemos hecho Mágica Constantinopla y nos encantó. El próximo verano queremos hacer Capadocia e islas griegas”.  Pero volviendo a la chica vasca, me tengo que reconocer en su misma categoría. Sí, haremos Laos. Si hay algo en lo que me diferencio de ella es en un asunto tan trivial como el uso del lenguaje, y nada más.

Visiones de Tailandia: Lop Buri


Toda ciudad que pretenda salir de la mediocridad general y, por así decirlo, aparecer en los mapas, debe pagar un tributo. En el catálogo de rasgos apreciables hay de todo: bellas y lejanas historias, supremacía política del presente y pasado, arte por encima de todo, el arte y la belleza como magnífico imán de celebridad y renombre. Pero también existen las casualidades histórico-geográficas, o un artefacto concreto, o una anécdota convertida en leyenda. O tal vez un solo hombre, como despreciaba Canetti. Como última salida, y de esto Tailandia ha hecho un arte, hay ciudades que se apoyan en la infamia para conseguir su parte de fama. El camino elegido Lop Buri resulta cómico e inédito: ser una ciudad tomada por monos.

Sería inútil y repetitivo glosar el anecdotario local con respecto a los monos. Son tan numerosos, tan atrevidos, que lo difícil sería no haber sufrido ningún raro percance con ellos.

El lugareño se enfrenta a la paradoja con indolencia budista. Otro tipo de sociedad los habría exterminado hace tiempo. En Lop Buri las autoridades los alimentan tres veces al día para reducir el impacto en la sociedad y los turistas, los robos y ataques que un ejército de monos hambrientos podría generar. Este impuesto revolucionario no es suficiente. En Lop Buri los tirachinas son omnipresentes, los edificios están forrados de tela metálica, y las puertas automáticas no existen.

El sometimiento a los monos da a Lop Buri lo que sus ruinas Jémer y su glorioso pasado en el reino de Ayutthaya apenas puede lograr. En el camino la convierte en un zoológico gigante, una sociedad transhumana y el safari urbano más concurrido que yo haya visto. En ese sentido, el mono, para colmo, se niega a aceptar un papel que no sea de igualdad. Tras fotografiar a una familia que se desparasitaba, volví mi cámara hacia un individuo cercano. El click del obturador fue como un insulto para él, y rápidamente se lanzó hacia mi, impactando contra un lugar peligrosamente cercano a mi bolsillo. Al salir de un Seven Eleven nos advirtieron  esconder todos los objetos de valor y, especialmente, los comestibles en lugares cerrados. Ya en el hotel, pensamos que sería divertido colocar algún plátano en las rejas que cubren las ventanas. Caímos en la cuenta que en este zoo los enjaulados somos nosotros.


Visiones de Tailandia: Tickets


En todos los autobuses de Bangkok existe la figura, ya olvidada en España, del revisor. Generalmente mujer, se encarga de cobrarle el billete a los nuevos pasajeros. Por complicado y caótico que resulte a veces, el control sobre el pasaje es total, y nunca piden el dinero dos veces a la misma persona, así como no dejan a nadie sin pagar. Pero lo fascinante de estas mujeres no es solo su vertiginosa memoria, sino la manera de cobrar y ofrecer los tickets. Se valen de una caja de forma cilíndrica, que sirve para varias cosas y cuyos secretos me resultan difíciles de explicar. Su uso evidente es el de conservar el dinero y los tickets aún por vender, pero no se trata solo de eso. De hecho, tan solo guardan allí las monedas. Los billetes los conservan fuera, plegados en forma de lazo y acumulados entre los dedos que sujetan el cilindro. El pliegue, transversal y antinatura para un billete, se hace con la misma caja: se cierra sobre él y se usa de guía para doblarlo. De esta misma manera también se cortan los tickets, originalmente bajo la forma de largos rollos. Y no acaba ahí: esta complicada manera de manipular el papel sirve también para validar los tickets ya cortados, haciendo pequeñísimas escisiones en sus minúsculas esquinas. Todo ello se hace a una velocidad mareante. El cilindro de abre y se cierra con rapidez, billetes y tickets quedan atrapados en sus filos mientras la mano experta sube y baja a lo largo del cilindro, plegándolos, cortándolos, entregándolos o acumulándolos sin error. El caos de Bangkok ha convertido una profesión sencilla en un oficio solo para iniciados.

(Me siento inútil a la hora de describir la secuencia completa. Una labor tan física es imposible de poner en palabras sin hacer del texto un farragoso ejercicio de minuciosas y matizadas digresiones).